La medicina en los últimos decenios ha cambiado su paradigma. De ser un acto casi privado entre un médico y un enfermo, donde el primero ejercía con ayuda de sus conocimientos y su experiencia, y el segundo acataba sin protesta las indicaciones, se ha transformado debido a una verdadera “invasión” de nuevos conocimientos y de tecnología en la práctica médica.
La medicina contemporánea cuenta con un caudal de conocimientos y un arsenal científico y tecnológico que nunca antes había poseído.
Conste que en sí esto es bueno, y ha significado un progreso enorme en función de vidas ganadas y enfermedades que se han evitado.
Pero a veces creo que con la proliferación de tecnologías y de especialidades hemos perdido algo en el camino, y quizás deberíamos tratar de recuperarlo. Hay un aforismo que dice que “un especialista es alguien que sabe cada vez más sobre cada vez menos”.
La relación cercana con el paciente, conocer a la persona, mirar no solamente el órgano enfermo sino el paciente en su totalidad, tomarse el tiempo para escuchar lo que el paciente o su familia tiene para contar y no solamente pedir estudios cada vez más complejos…
La pediatría, lejos de ser una especialidad, es la medicina de un largo tramo en la vida del ser humano, y abarca casi sus primeros veinte años.
Ser pediatra hoy en la Argentina significa haber pasado por varias etapas en el cuidado de los niños: comenzamos ocupándonos de lo biológico, agregamos lo psicológico, incorporamos lo social, y, por último también tuvimos que ocuparnos de los aspectos ecológicos: todos inevitablemente tienen relación con la niñez.
Concebimos al niño como una cajita, dentro de otra caja, dentro de otra más grande, hasta llegar a la caja mayor que es la Tierra, y ninguno de estos compartimientos es rígido o estanco, sino que interactúan entre sí.
Hemos comprendido cada vez más que no se puede tratar ni prevenir nada sino concebimos al niño dentro de una familia, y a su vez a esta dentro de la sociedad, y a su vez a ésta dentro de un medio ambiente particular.
Nuestra tarea es cuidar de los niños: prevenir sus enfermedades, curarlos cuando están enfermos, acompañarlos cuando están sanos, vigilar su crecimiento, contribuir a que desarrollen todas sus potencialidades, e intentar que tengan una infancia feliz en medio de un mundo que está lleno de obstáculos para esa felicidad.
Cómo hacer, entonces, para ayudar y proteger a los niños en un mundo y en una sociedad empobrecida, con pérdida de valores, donde la irracionalidad y la violencia muchas veces dictan las reglas, donde hay muchos hogares donde falta alimento y abrigo, y, lo que es peor, falta cariño.
No hay una sola respuesta; o más bien, tenemos que buscarla entre todos.
Parte de esa tarea pasa por tener una sólida formación científica y actualizarla permanentemente; pasa por saber escuchar y comprender; pasa por entender, contener y aminorar la angustia. También pasa por estimular en los niños la racionalidad y el pensamiento creativo. Y también por defender los derechos de los niños y adolescentes en todos los foros que están a nuestro alcance.
Es una hermosa tarea, y a la vez una gran responsabilidad.
Ingrid Waisman
Médica Pediatra. Neoclínica